Sunday bloody Sunday

Sunday Bloody Sunday un film que a partir de un tratamiento tipo documental periodístico o militante pretende reconstruir lo que ocurrió durante la jornada del 2 de Enero de 1972 conocida como "domingo sangriento". Este peculiar tratamiento comienza a deliniarse desde la presencia incesante de una cámara que desprolijamente nos ofrece un registro de un lado de los escombros que sirven como barricada para los jóvenes de Derry, que a pedradas reciben al ejército británico, como también nos muestra la logística y los demás por menores del lado de los soldados. Es una suerte de cámara invisible que puede estar, aunque no cómodamente, tanto de un lado como del otro. Obviamente el hecho de no ser visible para el otro no la convierte en un mero testigo privilegiado, ya que al igual que los personajes ésta (la cámara) vibra, palpita, y hasta parece respirar junto a ellos; en otras palabras podemos decir que la cámara esta viva. A pesar de la dinámica que la cámara adhiere a la imagen; como espectador no siento empatía para con ella; sí percibo la violencia de los hechos, pero estos parecen llegar a nosotros cuando estamos inmunizados ante esos sucesos atroces, producto de la mediatización que padecieron y con la que ahora son tratados.

Un film que parece defender con uñas y dientes la idea de un cine imperfecto; entendiendo por ello, la creación de imágenes que parecen haber salido de un film militante hecho en la clandestinidad. Sin embargo Sunday Bloody Sunday lejos esta de ser una película clandestina, sólo toma de éstas su fuerza que proviene de lo que Gluober Rocha denomino estética del hambre. Es un film que sólo en apariencia esta hambriento, porque es innegable que cuenta con recursos económicos como técnicos superiores a los films del “Tercer mundo”. Esto no lo convierte en una producción aberrante, sino que por el contrario da fe o mejor dicho testimonio de la influencia de los films latinoamericanos de la década del 50 y 60 tienen sobre algunos realizadores que no dejan en un segundo plano su compromiso social, y menos aún creen que dicho compromiso debe estar desligado de lo artístico. Por dicho motivo estamos ante la presencia de un film que cuenta con la capacidad de perdurar en el tiempo sin ser devorado por la inmediatez que nos dicta qué es actual y qué no lo es. Guy Debord en su libro La sociedad espectáculo (1967) nos propone ya no una “crítica del arte revolucionario” sino una “crítica revolucionaria de todo arte”.